Liderazgo para una nueva comunidad

En esa transición, necesitamos líderes que puedan caminar ese “desierto simbólico” para edificar nuevas relaciones y puedan llevar a sus equipos “desde zonas de turbulencia a zonas de acción” para nuevos acuerdos, con una mística especial que sea fuente de inspiración para otros.

Líderes de cercanías que trabajen para “una nueva comunidad”, con otras microestructuras, potenciando nuevas reglas de juego y en búsqueda de valores claros, frente a una sociedad global donde los valores han entrado también en crisis.

Resultan necesarios líderes capaces de detectar y entender el contexto, comprender su potencial impacto en sus propios ecosistemas, con un manejo consciente y creativo de sus propias contradicciones y las ajenas.

Líderes que sepan tener una mirada especial para permanecer receptivos, con una visión amplia e integradora cuestionando lo que se ha realizado o pensado hasta el momento, dejando intereses particulares de lado para encontrar nuevas respuestas para un “saber hacer colectivo”.

Líderes que intentan mirar desde una perspectiva diferente y saber visualizar el alcance de su comunidad, creando espacios de autoconocimiento comunes para transformar su organización de adentro hacia afuera, conectando personas e ideas, resistencias y oportunidades.

Resulta clave contar en esta nueva realidad, con estilos de liderazgo que asuman la responsabilidad de crear espacios de confianza, credibilidad y diálogo ante la complejidad que ha venido a instalarse, donde los líderes emocionales puedan ser verdaderos catalizadores para incentivar nuevos comportamientos y conductas.

Hoy nos encontramos con equipos que se ven arrastrados por emociones nuevas e impulsos que los conducen a donde no quieren ir, con tareas carentes de significado, que han transitado el aislamiento, la ansiedad y la soledad.

La convivencia entre dos mundos es también caminar al borde del caos, buscando un nuevo estado o espacio en el que el orden y el desorden fluyen. Y el caos es un espacio de confusión e incertidumbre donde el nuevo líder deberá identificar nuevos patrones de convivencia en esa comunidad que conduce. Será promoviendo un nuevo propósito en ese viaje, dando prioridad a los valores y reconociendo que cada colaborador cuenta con necesidades especiales, sin dejar de explorar el ambiente o contexto externo.

Somos seres biosociales que necesitamos vivir en comunidad, con pautas de convivencia que sumen y no resten, donde podamos modificar creencias, mandatos y rearmar nuevos equipos vivientes en un contexto volátil y por momentos desconocido, como bien lo expresa el ensayista e investigador Nassim Taleb en su obra sobre “antifragilidad”.

¿Qué líder necesitamos que surja en estos tiempos?

Son tiempos para posicionarse con habilidad y visión clara, analizando “lo incierto y poco posible” como una oportunidad de crecimiento y lograr de manera colectiva resultados que permitan misiones trascendentes, donde cada líder pueda experimentar y explorar en su comunidad con una mirada conciliadora, inclusiva y con un “propósito compartido” que sume en su gestión.

Y esta nueva construcción de liderazgo ante “su comunidad”, debe estar basada en una cultura de confianza, de menos controles y más vínculos, de nuevos saberes y aprendizajes de impacto, aportando también, un “liderazgo ético como modelo de transformación”, que requiera de distancia, de momentos contemplativos que le permita sobrevolar la organización para volver a actuar.

Un liderazgo ético que en momentos de grandes rupturas como los actuales, donde conviven revoluciones tecnológicas y revoluciones del conocimiento, debe reflejarse en el respeto por el otro, en el desarrollo de buenas relaciones y gestos, reconociendo los límites propios, pero también con capacidad para reconocer habilidades en los otros como un verdadero habilitador de ideas en la complejidad.

Es un tiempo para desaprender y aprender, para explorar y experimentar. ¿La complejidad afecta al líder o representa una oportunidad? La complejidad afecta hoy la convivencia, donde coexisten el orden y el desorden, las armonías y las disonancias, y esos espacios se ven afectados por nuevos
intereses y demandas del contexto social, con necesidades de un nuevo modelo de conducción.

Pero en la ebullición de lo complejo, el líder deberá poner en juego su sensibilidad y escucha y repreguntarse ¿cómo inspirar mejor a mi equipo, a mi comunidad? ¿Cómo crear una cultura ágil, no solo capaz de atravesar las disrupciones, sino una cultura en comunidad que abraza las oportunidades que se presentan?

Estamos en momentos de aceleración del cambio donde el rol del líder necesita ser acompañado por empresas vivientes con “mayor rostro humano”, para que él pueda alcanzar nuevas conquistas y proponerse un mapa de acción:

Poder trascender su presente inmediato, liberar egos, ir más allá de sus emociones y necesidades particulares, para entender un nuevo contexto de futuro y tomar decisiones con perspectiva.

Poder abrazar la transformación y ser mentor de su equipo para un desarrollo colectivo.

Poder gestionar con humildad y generosidad para alcanzar estabilidad y bienestar en su gente.

Poder ser un líder que no señala u observa comportamientos, sino que enseña a reflexionar y estimula para comenzar de nuevo.

Poder generar aprendizajes, también a partir del error o la frustración cuando la meta no se alcanza.

Poder construir respuestas inteligentes en donde otros no las lograrían, superar esquemas mentales y acercarse para analizar otro juego.

Poder lograr en su comunidad un trabajo con significado y metas con sentido,practicando la humildad y la ejemplaridad.

Poder lograr causas justas y generar voluntades para un destino en común.

Venimos de otra realidad, de practicar la fatiga que se visualiza en la fragilidad de los equipos de trabajo, que en muchos casos no pueden interpretar el contexto y alcanzar el horizonte a conquistar. Y es aquí donde debe dejar huellas el líder de comunidad, aportando inteligencia social, especialmente en tiempos de desánimo, generando cercanías e inteligencia emocional para evitar ambientes tóxicos en el ámbito laboral y fortalecer verdaderas conductas de bienestar.

Vayamos por un líder transformador que pueda caminar “desde la turbulencia a la acción”, que pueda ser capaz de animar sin inseguridades propias, que pueda entusiasmar para vivir y hacer realidad proyectos, que pueda romper rutinas y generar confianza y voluntad desde su propia audacia.