No monte bicicleta como yo
El otro día me caí de una bicicleta. Aunque bueno, tampoco seamos tan trágicos. Digamos que más bien fui valiente y di la cara por ella. Y como no quiero que algo así le suceda a usted, le cuento qué debe hacer si desea ahorrarse cuatro puntos en un codo y el darse cuenta de que, al quebrarse un diente de adulto, el ratón Pérez no le trae dinero, sino que más bien se lo quita todo para dárselo al odontólogo.
Entonces, lo primero que debe hacer, es salir a montar bicicleta un domingo. Esto ya hace que salga relajado y sin casco, porque usted sabe que la gente los domingos anda por la calle con la actitud de una tortuga con sobredosis de valeriana.
Por tanto, ahora propóngase pedalear hasta casa de su suegra. Es importante que su relación con ella sea tan buena como la mía, de modo que así despierte la envidia de quienes le vean; ocasionando que le lancen malas vibras por ser uno de esos extraños seres que es amigo del “enemigo”.
Ya en casa de su suegra, bébase tres termos de café negro como si fuera enfermera trabajando en el turno de la madrugada. Tal cantidad de cafeína le dará suficiente energía como para subir el Everest… (pero en bicicleta)… (y con la velocidad más dura).
Luego comience a rodar de vuelta a su casa, saque el celular para revisar los chats y confíe en que usted seguirá viendo la vía porque cuenta con un tercer ojo libre de hipermetropía. En ese momento, verá que le llega un mensaje de una amistad que usted aprecia mucho; lo cual le llevará a otra gran idea digna del premio de la selección natural de Darwin: llamarla usando el altavoz.
Es muy importante que, durante la llamada, su amistad le pregunte cuánto cobrar por un trabajo que le pidieron. Ahora su mente entrará en un proceso de multitasking al hallarse manejando bicicleta con una mano, hablando por teléfono con la otra, calculando los honorarios de su amistad, viendo la vía y analizando si pronunció bien la palabra “multitasking”.
Ahora llegue hasta un puente vehicular, dude si subir y entonces tenga el siguiente diálogo con las partículas de cafeína que corren por su cuerpo:
- Partículas de cafeína, ¿será que subo ese puente mientras hago más tareas que madre soltera en una mañana de colegio?
- Tranquilo… Si te late, dale como un expreso.
Entonces suba el puente para luego notar que, durante el descenso, su bicicleta comenzará a desarrollar una velocidad parecida a la de un motociclista luego de partir un retrovisor. Es importante que, al final de dicho puente, un ingeniero civil haya construido una acera pensando en que algún día bajará por ahí un ciclista manejando con una sola mano.
A este punto, ya su cerebro estará procesando a nivel de una computadora que tiene veinte páginas de internet abiertas a la vez. Por lo tanto, usted no podrá evitar chocar con la acera y salir volando de la bicicleta como arquero en penales para luego aterrizar en la acera gracias a ese tren de aterrizaje que Dios le dio: el codo y los dientes. Y todo por no armar el freno de emergencia básico de todo ciclista: los zapatos desamarrados para que se enreden con la cadena.
Usted ahora se levantará del piso y, en medio del dolor, notará que le hacen falta su dignidad, cuatro puntos en el codo y un pedazo de chicle para ponérselo en el hueco del diente que acaba de perder. No obstante, todo será por una buena causa, pues a los días le llegará la noticia de que a su amistad la contrataron para el fulano trabajo (aunque estemos claros que fue un “golpe” de suerte).
Lo malo es que, a pesar de todo lo sucedido, las ganas de manejar bicicleta no se le irán del cuerpo. Por tanto, usted se quedará esperando que inventen la bicicleta con airbag, que su suegra no prepare un café tan rico los domingos y que su amistad aparte alguito de lo que cobre en ese trabajo para transferirlo directamente a la cuenta bancaria del odontólogo.