De la necesidad colectiva, a la realización de sueños y creencias personales.

En América Latina, y específicamente nuestro amada República Dominicana, una tendencia persistente entre los políticos es la de perseguir sus propios intereses y agendas personales una vez que llegan al poder, en lugar de priorizar las necesidades y deseos del pueblo que representan. Este fenómeno revela una desconexión alarmante entre los líderes políticos y la ciudadanía que se supone que deben servir.

Una vez que asumen el cargo, muchos políticos latinoamericanos tienden a concentrarse en promover sus ambiciones personales, que van desde la acumulación de riqueza y poder hasta la implementación de políticas que se alinean más con sus propias creencias ideológicas que con las demandas reales de la población. Esta desconexión entre el liderazgo político y las necesidades del pueblo a menudo conduce a la corrupción, el clientelismo, la falta de responsabilidad y a que cada día los políticos respondan menos a las necesidades propias que demandan los pueblos.

En el caso de la República Dominicana y otros países de la región, los ciudadanos a menudo ven a sus líderes políticos alejarse cada vez más de las promesas electorales una vez que se encuentran en el poder.

Esta desconexión entre los políticos y el pueblo que representan no solo es un problema de ética política, sino que también tiene profundas consecuencias sociales y económicas. La falta de rendición de cuentas y transparencia puede minar la confianza en las instituciones democráticas, fomenta el descontento público, al nivel que la población puede perder credibilidad en las figuras que representan el sector y con ello, inhibirse de ejercer derechos o tomar decisiones acertadas, incluidos en la repetida falta de cumplimiento de promesas y atención a necesidades básicas demandadas. 

 La incapacidad de abordar las verdaderas necesidades de la población puede alimentar la desigualdad y la injusticia social, perpetuando ciclos de pobreza y exclusión.

En última instancia, la solución a este problema requiere un cambio estructural profundo. Los países latinoamericanos necesitan fortalecer sus sistemas democráticos y promover una cultura de responsabilidad, transparencia, educación y trascendencia entre sus líderes políticos. Esto implica reformas institucionales que garanticen siempre el ejercicio independiente de los poderes, con una prensa libre del mercadeo y favores, que, con vigorosidad y real credibilidad, rindan cuentas a dichos poderes. 

Además, es esencial que los ciudadanos se involucren de manera consciente, presente, activa y crítica en el proceso político, exigiendo a sus representantes que respondan verdaderamente a sus intereses y preocupaciones “comunes”, no personales, como lastimosamente es común observar en nuestra política y ciudadanía local.

A veces los ciudadanos exigimos transparencia, instituciones libres de corrupción, favoritismos y clientelismo, pero cuando tenemos el chance de ejercer una posición pública o traficar alguna influencia, somos los primeros en promover el oportunismo, sacando provecho personal de herramientas estatales para realizar nuestros sueños más efímeros, antes que atender la necesidad colectiva. 

La intención que predomina es siempre, “superación personal” que nos permita obtener beneficios, que nos coloque en posición de poder y por encima de los demás, para sentirnos poderosos, ante un sistema político y ciudadanía poco educada, que cada exige menos preparación académica y experiencia, lo cual promueve una carrera de acceso fácil a beneficios y recursos.

Antes que transformar la política, se requiere, se necesita una ciudadanía sensata, para transformar la política latinoamericana en un instrumento legítimo y efectivo para el bienestar y el progreso de toda la sociedad.

Fuente

Gisell Rubiera